EL DUEÑO de la joyería Bulgari le ha pagado a una escritora de las que venden muchos libros, Fay Weldon, para que haga salir su tienda de joyas en una novela. Ella lo ha hecho y el resultado es The Bulgari connection.
Una idea tan sensata como ésta le ha sentado mal a todo el mundo. El presidente de la asociación de escritores estadounidenses, Letty Cottin Pogrebin, ha dicho que 'la presencia de publicidad en los libros puede erosionar la confianza de los lectores en la autenticidad de la narrativa'. Qué papanatas. ¿Desde cuándo la narrativa tiene autenticidad? Pero si la palabra 'autenticidad' sólo la dicen justamente los publicistas para vender tejanos. La narrativa se basa en la falsedad; si no, no es narrativa. Además, ¿por qué va a ser la narrativa más pura que el fútbol?
Si a Letty Cottin le parece tan mal que Faye haya puesto el nombre de la joyería en el título del libro The Bulgari connection a cambio de dinero, ¿por qué no ha protestado por el hecho de que Truman Capote escribiera Desayuno en Tiffany's (que es otra joyería)? ¿Es porque Truman Capote lo hizo gratis? O sea, que si Truman lo hace gratis, es arte, y si Faye cobra, es prostitución de las letras. Entonces, si el niño Chechu (ese crío que salía en la serie Médico de familia) se hubiese comido los miles de bollicaos que se comió en cada capítulo no por dinero, sino por ideología, las asociaciones de telespectadores ¿no lo habrían considerado publicidad encubierta?
Los autores norteamericanos de los ochenta se pasaban el día sacando marcas en sus libros. Cojan La hoguera de las vanidades y cuenten las coca-colas que se beben o las bolsas de C&A que llevan en la mano. No es que esté mal que Faye cobre por sacar la joyería: lo que está mal es que Tom Wolfe no haya sido nombrado heredero universal de la empresa Nike. Eso por no hablar de John Irving, que en su último libro, La cuarta mano, le hace publicidad a una conocida novela y a la conocida película basada en ella (no les decimos cuál es para no estropearles la lectura).
Para algunos empresarios, un libro es algo casi paranormal, y por eso están dispuestos a pagar por salir en uno. Las cadenas de hoteles o las compañías de trenes se inventan premios literarios en los que el autor debe sacarles, porque si no, jamás se hablaría bien de ellos. A mis cincuenta mejores amigas y a mí nos contrataron para ir a un pueblo y escribir un cuento ambientado allí. Y anda que no pagaron. Si no, ¿de qué iba a salir ese pueblo tan feo en nuestra obra? Puestos a elegir, eliges París.
Hay un grupo organizado de ciudadanos que se quejan de que los libros son caros (en cambio, jamás han levantado la voz por el precio del pan de molde), y ahora se quejarán de que los libros lleven publicidad en la camisa. Eso es porque los libros no les importan, y como no les importan, tampoco les importa decir que la publicidad envilece.
Pues a partir de ahora, si alguien quiere pagar por salir en un libro, que avise. A la mayoría de los escritores no les parecerá nada mal sacar a un personaje secundario con el nombre y la descripción física de la dueña de una cadena de papelerías, o describir un lavabo con los grifos de una marca de sanitarios, a cambio de dinero. De esta manera, los libros podrán ser tratados como las revistas del corazón. Empezarás a leer, con emoción, sobre la belleza de un paisaje. '¿Este paisaje es un posado?', preguntarás a los críticos, refiriéndote, claro está, a si el paisaje es justamente ése porque lo ha elegido libremente el autor, o si, por el contrario, alguien (por ejemplo, la Xunta de Galicia) ha pagado por salir. 'Es un posado, ¿no ves que la descripción de la roca es muy de cartón piedra?'. '¿Y este adulterio es un montaje?', insistirás. 'Sí, en realidad el autor quería que los personajes no llegaran a acostarse jamás, pero el dueño del hotel patrocinador insistió en que se consumara el acto en la suite nupcial'.
Si la cosa funciona, se podrán hacer hasta anuncios combinados. La autora recomienda el Orient Exprés, el mejor transiberiano, y el Orient Exprés recomienda a la autora, ideal para leer en nuestros confortables vagones. Como las lavadoras Balay, que sólo recomiendan Calgón.
Al cabo de un tiempo, alguien tendrá la idea de hacer libros sin, como la película sin interrupciones patrocinada por la marca de chocolate. 'Gracias a impresoras tal, este libro no tiene publicidad', pondrá en la solapa. Desayuno en Tiffany's será Desayuno en una conocida joyería y tendrá un precio no rebajado (así, los que ahora compran libros y pan de molde lo seguirán haciendo como siempre).
Muy pronto, alguien escribirá una carta al director que dirá: 'Hay tanta publicidad en la novela, que el otro día pensé que un libro es una sucesión de anuncios que de vez en cuando cortan para explicarte un argumento'. Eso significará que por fin la literatura tiene tan mala prensa como la tele, es decir, que nadie podrá vivir sin ella.
Empar Moliner (The Country)09/05/04
Una idea tan sensata como ésta le ha sentado mal a todo el mundo. El presidente de la asociación de escritores estadounidenses, Letty Cottin Pogrebin, ha dicho que 'la presencia de publicidad en los libros puede erosionar la confianza de los lectores en la autenticidad de la narrativa'. Qué papanatas. ¿Desde cuándo la narrativa tiene autenticidad? Pero si la palabra 'autenticidad' sólo la dicen justamente los publicistas para vender tejanos. La narrativa se basa en la falsedad; si no, no es narrativa. Además, ¿por qué va a ser la narrativa más pura que el fútbol?
Si a Letty Cottin le parece tan mal que Faye haya puesto el nombre de la joyería en el título del libro The Bulgari connection a cambio de dinero, ¿por qué no ha protestado por el hecho de que Truman Capote escribiera Desayuno en Tiffany's (que es otra joyería)? ¿Es porque Truman Capote lo hizo gratis? O sea, que si Truman lo hace gratis, es arte, y si Faye cobra, es prostitución de las letras. Entonces, si el niño Chechu (ese crío que salía en la serie Médico de familia) se hubiese comido los miles de bollicaos que se comió en cada capítulo no por dinero, sino por ideología, las asociaciones de telespectadores ¿no lo habrían considerado publicidad encubierta?
Los autores norteamericanos de los ochenta se pasaban el día sacando marcas en sus libros. Cojan La hoguera de las vanidades y cuenten las coca-colas que se beben o las bolsas de C&A que llevan en la mano. No es que esté mal que Faye cobre por sacar la joyería: lo que está mal es que Tom Wolfe no haya sido nombrado heredero universal de la empresa Nike. Eso por no hablar de John Irving, que en su último libro, La cuarta mano, le hace publicidad a una conocida novela y a la conocida película basada en ella (no les decimos cuál es para no estropearles la lectura).
Para algunos empresarios, un libro es algo casi paranormal, y por eso están dispuestos a pagar por salir en uno. Las cadenas de hoteles o las compañías de trenes se inventan premios literarios en los que el autor debe sacarles, porque si no, jamás se hablaría bien de ellos. A mis cincuenta mejores amigas y a mí nos contrataron para ir a un pueblo y escribir un cuento ambientado allí. Y anda que no pagaron. Si no, ¿de qué iba a salir ese pueblo tan feo en nuestra obra? Puestos a elegir, eliges París.
Hay un grupo organizado de ciudadanos que se quejan de que los libros son caros (en cambio, jamás han levantado la voz por el precio del pan de molde), y ahora se quejarán de que los libros lleven publicidad en la camisa. Eso es porque los libros no les importan, y como no les importan, tampoco les importa decir que la publicidad envilece.
Pues a partir de ahora, si alguien quiere pagar por salir en un libro, que avise. A la mayoría de los escritores no les parecerá nada mal sacar a un personaje secundario con el nombre y la descripción física de la dueña de una cadena de papelerías, o describir un lavabo con los grifos de una marca de sanitarios, a cambio de dinero. De esta manera, los libros podrán ser tratados como las revistas del corazón. Empezarás a leer, con emoción, sobre la belleza de un paisaje. '¿Este paisaje es un posado?', preguntarás a los críticos, refiriéndote, claro está, a si el paisaje es justamente ése porque lo ha elegido libremente el autor, o si, por el contrario, alguien (por ejemplo, la Xunta de Galicia) ha pagado por salir. 'Es un posado, ¿no ves que la descripción de la roca es muy de cartón piedra?'. '¿Y este adulterio es un montaje?', insistirás. 'Sí, en realidad el autor quería que los personajes no llegaran a acostarse jamás, pero el dueño del hotel patrocinador insistió en que se consumara el acto en la suite nupcial'.
Si la cosa funciona, se podrán hacer hasta anuncios combinados. La autora recomienda el Orient Exprés, el mejor transiberiano, y el Orient Exprés recomienda a la autora, ideal para leer en nuestros confortables vagones. Como las lavadoras Balay, que sólo recomiendan Calgón.
Al cabo de un tiempo, alguien tendrá la idea de hacer libros sin, como la película sin interrupciones patrocinada por la marca de chocolate. 'Gracias a impresoras tal, este libro no tiene publicidad', pondrá en la solapa. Desayuno en Tiffany's será Desayuno en una conocida joyería y tendrá un precio no rebajado (así, los que ahora compran libros y pan de molde lo seguirán haciendo como siempre).
Muy pronto, alguien escribirá una carta al director que dirá: 'Hay tanta publicidad en la novela, que el otro día pensé que un libro es una sucesión de anuncios que de vez en cuando cortan para explicarte un argumento'. Eso significará que por fin la literatura tiene tan mala prensa como la tele, es decir, que nadie podrá vivir sin ella.
Empar Moliner (The Country)09/05/04
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